jueves, 4 de diciembre de 2008

El camino hacia la santidad


Hasta el momento Paraguay tiene un sólo santo, San Roque González de Santa Cruz. Sin embargo, existen cuatro candidatos a serlo, dos de los cuales ya están siendo estudiados por el Vaticano. En Carapeguá y Villarrica están impulsando la beatificación del padre Julio Duarte Ortellado, cuyas obra y escritos están siendo analizados por un Tribunal Eclesial de Paraguay. Para la causa, ya fueron publicados dos libros contando el testimonio de vida de este sacerdote.
El acto precede un verdadero proceso judicial de los más rigurosos que existen en el mundo. El procedimiento consta de 41 pasos, que se realizan tanto a nivel local como en el Vaticano y cuya realización que puede durar décadas.
Con el paso de los años, hasta llegar a la declaración de canonización, pueden haber intervenido decenas de jueces y oficiales especializados de la Santa Sede que examinan con detalle todos y cada uno de los pasos que se han dado.

El doctor en Derecho Canónico y miembro de la Academia de Historia, padre Carlos Heyn, explicó que la preparación para la santificación de una persona se inicia en la diócesis y luego se pasa la causa a Roma.

El sacerdote Pedro Osmar López, uno de los impulsores de la beatificación del padre Julio, contó que desde el 2002 están trabajando en la causa, imprimieron estampas con la oración y el año pasado realizaron un encuentro juvenil donde hablaron de la vida del pa’i. “Sí, es posible. El padre Julio era muy querido, su misa gustaba mucho y mucha gente asistía a las celebraciones que estaban a su cargo, hasta que tuvo que celebrar misa fuera de la parroquia porque tenía muchos fieles y ya no había lugar dentro de ella. De vida ya fue un gran santo, por la entrega total a su comunidad logró la conversión de muchos fieles”, resaltó el sacerdote. También señaló que están trabajando en la santificación del sacerdote Julio, porque consideran que es un ejemplo de vida, que es un motivo de aliento para creer que sí, es posible ser santo. “Todos pueden ser santos, hemos sido llamado para eso. En este tiempo es más difícil, ya lo decía Juan Pablo II, pero no es imposible”, expresó.
La vida sacerdotal del padre Julio fue una bendición para el pueblo de Ybycuí, según manifestó el padre Carlos Heyn, quien realizó la recopilación de los escritos realizados por el religioso durante su vida. "Fue un gran sacerdote consagrado y patriota para la gente necesitada. En 10 años de apostolado dejó huellas que hasta hoy perduran. Pasó por el mundo haciendo el bien", manifestó Heyn. "Los escritos que hemos recopilado de este sacerdote son estupendos. Quedan algunas pocas personas que conocieron al sacerdote y dicen que era un verdadero santo, que vivió como santo", manifestó el padre Heyn.
El padre Osmar comentó que todas las informaciones que reúnen sobre el pa’i Julio entregarán a una comisión integrada por los expertos canónicos, quienes serán los que analizarán todo y decidirán enviar a Roma la solicitud.

SU VIDA

Un sueño de infancia

“Recuerdo cuando yo era chiquito y me ponía el sobretodo viejo de papá para celebrar la misa y confesar”, escribió unos momentos antes de su primer oficio religioso".
“¡Qué cosa, mi Dios! ¡Todo ha sido verdad, realidad y belleza!"
"¡Demos gracias a Dios que me ha hecho llegar hasta
este día! He aquí el objeto y la razón de ser de mi vida toda. He nacido para este día; para este día he crecido; mis padres me han preparado para este día; he pedido a Dios me conceda vivir hasta este día.
¡Oh día muy amado! Te saludo con el alma llena del más puro regocijo”.
Así saludaba, exultante, Julio César Duarte Ortellado al día en que recibió su ordenación sacerdotal.

Se caracterizaba por su austeridad, su sencillez en el vestir y en su frugal comer. Quienes lo conocieron cuentan que dormía sobre tablas en el piso y que se pasaba largas horas delante del Santísimo.


Espíritu religioso desde su niñez

Pa’i Julio, nació en Caazapá, a las tres de la tarde del Jueves Santo 12 de abril de 1906. Miembro de una familia rica en bienes materiales, pero más aun en fe, laboriosidad y caridad cristiana. Su padre fue Simón Duarte Jiménez, su madre fue doña Juana Bautista Ortellado Espínola, y tuvo un hermano llamado Pedro Duarte Ortellado, quien fue un médico brillante y uno de los primeros ministros de Salud del Paraguay. El después padre Julio César Duarte Ortellado nació en una comarca de pronunciada raíz espiritual. La zona fue centro de la actividad de los padres franciscanos desde siglos atrás. Era, además, una rica zona productiva, agrícola y ganadera.

Con el correr de los años, Julio César creció, demostrando un carácter mesurado, equilibrado y con mucho carisma, que le hacía amable con todos los que le conocieron. Desde pequeño gustaba ayudar en las celebraciones religiosas e, inclusive, sus juegos infantiles estaban inspirados en actividades que tenían relación con cuestiones eclesiales. Por ejemplo, cuenta el padre Carlos Heyn Shupp, en un libro biográfico, hecho sobre los datos recogidos por el padre José León Mercado e informaciones recogidas entre parientes y conocidos, que gustaba meterse en un barril viejo y tomar la confesión de sus compañeritos de juegos. Además de estos juegos infantiles, luego de algunos años, ya adolescente, gustaba de ir a ciertos lugares apartados y predicar a los lugareños el Evangelio. Fueron las primeras manifestaciones de su innegable vocación religiosa.


El camino hacia su gran vocación

Realizó sus estudios en su ciudad natal, y siendo un adolescente de 15 años, a invitación del padre Díaz, ingresó en el Seminario Conciliar de Asunción. A nadie sorprendió la noticia, pues desde pequeño, Julio César había demostrado tal entusiasmo hacia la carrera religiosa y había tenido una conducta que, innegablemente, debía desembocar en una vida religiosa. El 22 de febrero de 1921, Julio César Duarte Ortellado salió de su Caazapá natal. Ingresó en el Seminario Conciliar de Asunción (parte de ese edificio hoy está ocupado por el Museo Arquidiocesano “Juan Sin-
foriano Bogarín”). Con otros nueve compañeros empezó sus estudios. Seis años después, solo tres llegaron a sacerdotes: Vicente Arzamendia, Franc
isco Ríos y nuestro personaje. El seminarista Duarte Ortellado era, según testimonio de sus compañeros, “habitualmente retraído y concentrado, un tanto singular y raro. En tiempos de descanso buscaba el aislamiento, no por motivos egoístas, sino por cierta exigencia
natural de su temperamento silencioso y poco comunicativo. Con todo, su trato era siempre agradable, sus modales distinguidos, su modo de andar grave y pausado, manteniendo siempre un invariable buen humor y una imperturbable serenidad (...) Por su elevada estatura y por su imponente presencia le llamábamos ‘el cardenal Richelieu’”.

En los meses finales de 1926, Julio César Duarte Ortellado viajó a Roma a proseguir sus estudios, con otros dos compañeros: Mariano Celso Pedrozo y Alfredo Boggino. Luego de un mes de viaje, llegaron a Nápoles, de donde se dirigieron a la Ciudad Eterna, en la que llegaron el 8 de diciembre de 1926. Ingresó en el Pontificio Colegio Pío Latinoamericano y en los primeros meses de 1927 fue tonsurado. Luego de tres años de estudio, Duarte Ortellado es ordenado sacerdote, el 27 de octubre de 1929, por el Papa San Pío X. Al día siguiente, ofició su primera misa, nada menos que sobre la tumba de San Pedro.


Regreso a su tierra natal

Antes de su vuelta realizó el acto de bendición de las naves “Humaitá” y “Paraguay”, y fue su designación como capellán de ambas embarcaciones, que llegaron a Asunción, en medio de un apoteósico recibimiento, el 5 de mayo de 1931. Unos días después, Julio César Duarte Ortellado decía su primera misa en suelo guaraní: en su Caazapá natal, el 10 de mayo de 1931. Manos a la obra. Luego de unas semanas de vacaciones, el padre Julio recibe sus primeros destinos. Así se sucedieron el curato de la parroquia de La Encarnación, en la capital paraguaya, luego el de la catedral metrópolitana y de la casa del Buen Pastor. A principios de 1932 fue destinado al curato de Caazapá y, poco después, es destinado a cubrir el curato de Ybycuí y a asistir a las parroquias de Quyquyhó y Mbuyapey. Eso no fue óbice para ejercer también capellanías en el frente de batalla, en plena Guerra del Chaco.

En estas comunidades, Julio César Duarte Ortellado tuvo una febril actuación, dejando imborrables recuerdos en sus habitantes, que, hasta hoy “disfrutan” de los empeños y afanes del pa’í Julio.


Obras

· Dirigió la construcción del hospital de Ybycuí, de la casa parroquial, el “Hogar San José”, un asilo de niños huérfanos y abandonados.

· Gestionó la venida de las hermanas de la Congregación “Hijas de la Misericordia de la tercera Orden de San Francisco”, la construcción el actual templo parroquial de Ybycuí, la refacción y reconstrucción de las iglesias parroquiales de Quyquyhó y Mbuyapey, construcción de capillas en parajes como Cordillerita, Pereira-cué, Pasó Paré, Palacio-cué, Isla Pa’ũ, Isla Alta, Roaruguá, etc.

· Fue presidente de la Comisión de Fomento y Trabajo de Ybycuí, a través de la cual se construyeron caminos, terraplenes, puentes, alcantarillas.


Anécdotas

En cierta ocasión, cuando llevó la extremaunción a una anciana que tenía terror a la muerte, el padre Julio le dijo que no la temiera, que él en tres años más se moriría. Algún tiempo después, hizo un nuevo anuncio: que tal fecha, tal día y a tal hora, él se moriría.
Y, exactamente, como le dijo a la ancianita, tres años después, Julio Duarte Ortellado cerró definitivamente sus ojos, la misma fecha, el mismo día y la misma hora que había predicho. Enfermo de tifus, con que fue contagiado en ocasión de la visita a un enfermo, el padre Julio murió, luego de una corta, pero grave dolencia. Era el 4 de julio de 1943. Tenía apenas 37 años.

También cuentan que una vez llegó a casa de un feligrés que no tenía ninguna simpatía por el pa’i ni por la iglesia, para pedir su colaboración en favor de los más necesitados.
Pero por más que le explicó sobre los alcances de saber compartir los bienes de la tierra para el culto de Dios y los necesitados de la comunidad, éste no lo escuchó y lo echó de su casa.

Pasó el tiempo y ese mismo hombre fue a ver al padre en el despacho parroquial. Llorando le contó que habían muerto su esposa y algunos de sus hijos, perdió sus bienes, sus cosechas y pasó un largo calvario. Entendió al fin que Dios le había reclamado lo suyo porque no supo ser generoso y desde entonces fue uno de los principales animadores de la obra del padre Julio.


Luego de la triste partida

La consternación colectiva fue impresionante. Todos recordaban al sacerdote de imponente figura, animoso compañero de sus feligreses, animador de obras de bien público. De repente, partió definitivamente, dejando un vacío enorme, que ni las lágrimas ni la congoja de toda la feligresía a la que sirvió pudieron llenar.

Luego del embalsamamiento, una dolorosa caravana acompañó los restos del padre Julio Duarte Ortellado hasta su ciudad natal. Esa caravana estuvo compuesta de más de 30 carretas, tiradas por bueyes de color negro.

La dolida caravana pasó por Mbuyapey, donde se sucedieron muestras de dolor y de allí a Caazapá, donde llegó luego de una azarosa travesía, los restos del pastor
fueron depositados en el campo santo local.

Dos décadas después de su muerte, los ybycuienses gestionaron y consiguieron el retorno de su querido sacerdote. Así, el 15 de agosto de 1962, los restos del pa’i Julio regresaron a Ybycuí, en cuya iglesia parroquial actualmente descansan.